Antes y Después de Cristo

De un tiempo para acá, la historia del hombre se dividió en dos partes. Antes (a.C) y Después (d.C) de Cristo. Las personas que vivieron en la época de los patriarcas; bajo la Ley dada a Moisés en el monte Sinaí y los que presenciaron al Hijo de Dios mientras estuvo en la tierra antes de morir en la cruz, vivieron en el “antes de Cristo”  Es decir, vivieron bajo el Antiguo Testamento.

Pero algunas personas que viven el “después de Cristo” catalogan al Antiguo Testamento como duro e intolerante con los que pecaron, ellos dicen que Dios fue intolerante y cruel para quienes desobedecieron. No obstante esa es una acusación errada, porque las cosas castigadas por Dios en el Antiguo Testamento fueron las cuales nosotros hoy en día también rechazamos. Dios condeno: el abuso a los más vulnerables (niños, mujeres), el robo, la estafa, la violación, el secuestro, etc. 

La gente que cometía estos pecados que vivieron en el Antes de Cristo, según el libro de Hebreos dice que oyeron la voluntad de Dios de muchas maneras (Hebreos 1:1) Ellos oyeron a los profetas como: Isaías, Jeremías, Elías, Zacarías, Malaquías, entre otros más. Pocos la obedecieron pero siempre fue mayor el numero de quienes la rechazaron. En cada ocasión escucharon como leyeron la Ley que Dios le dio a Moisés en el templo y las sinagogas. Sin embargo, no vivirla tenia serias consecuencias. Esto lo confirma el autor a los Hebreos: “Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución,” (Hebreos 2:2). 

En el judaísmo tardío se sostuvo que fueron los ángeles que entregaron la Ley (Hechos 7:53). De igual manera el pasaje de Hebreos 2, enfatiza que al desobedecerla o transgredirla era justo que se le castigase al rebelde.  

Para dar un ejemplo de castigo por rebeldía en el “antes de Cristo” y sus consecuencias.  El libro de Números capítulo dieciséis dice que Coré, Datán y Abiram, y doscientos cincuenta varones [250], más catorce mil setecientas [14,700] personas murieron por haber murmurado contra Moisés y Aarón quienes eran los hombres que Dios mismo había designado para Israel. Coré y los demás les acusaban de tener demasiada autoridad sobre el pueblo. Esto indigno a Dios, pues estaban desacreditando su autoridad. A Coré, Datán y Abiram la tierra se los trago, los 250 varones fueron consumidos por fuego. Y catorce mil setecientas [14,700] personas murieron castigadas de haber acusado a  Moisés y Aarón por la muerte de Coré y sus aliados.

Rechazar las palabras de Dios tanto habladas como escritas en el pasado era cuestión hasta de muerte. Incluso los propios hijos de Aarón: Nadab y Abiú, fueron quemados, por haber ofrecido fuego extraño que Dios no había ordenado (Levítico 10:1-2). 

Ahora bien, teniendo esto en cuenta los siguientes versículo de Hebreos 1, dice: en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos.”  (2-4). 

El argumento del autor es que todos los que hablaron en el “antes de Cristo” [a.C.] no tienen la posición que ocupa el Hijo.  El Hijo, es superior porque tiene la misma naturaleza que el Padre (Juan 10:30; Colosenses 1:15-16). Podríamos hasta decir que la última voluntad del Padre la comunico Jesucristo.  

Él mismo dijo: “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.” (Juan 12: 49)

Nuestra sociedad no tiene problemas con los milagros que hizo el Señor Jesús, les encanta las maravillas que hizo, de como sanó a los marginados de aquel entonces como lo eran las viudas, los enfermos de lepra, y los pobres que no podían costear por su salud. También hasta han estudiado lo profundo de sus enseñanzas del perdón, el amor, el servicio y todos estamos de acuerdo que practicar esas cosas ayudarían a que tengamos un mundo mejor. Sin embargo, hay algo en que la gente no esta de acuerdo con el Salvador, y son sus “palabras”.  

Sus declaraciones son tan fuertes que retumban lo más interno de nuestra filosofía de vida. 

Él pide que nos arrepintamos: “¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.” (Lucas 13:2-3). 

Él declara que sus palabras son indispensables: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. ” (Mateo 7:24-25). 

Él por medio de sus palabras tiene el poder de hacer libres a los hombres y mujeres si estos permanecen en sus enseñanzas (Juan 8:31-58). Él afirmo conocer la morada del Padre (Juan 14:1-3); y sobre todo ser el único camino para llevarnos a Dios “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Juan 14:6). 

Aquí el problema, para nosotros. 

Si la gente del antes de Cristo [a.C] mereció morir por desobedecer a las palabras dichas por los profetas, y esto era justo ante el Padre. ¿Qué debe merecer los que vivimos después de Cristo? Él ya vino al mundo, nació de una mujer por obra del Espíritu Santo, cumplió con toda la Ley, no se hallo engaño en su boca, ni tampoco se arrepintió de un pecado que cometió. Él es perfecto en todo.  

¿Qué excusa podemos darle a Dios? Ciertamente, la muerte es poco. 

De modo que ellos los que vivieron en el “antes de Cristo” [a.C.] aunque murieron tienen una ventaja sobre nosotros, y es que quien haya sido el portavoz, llámese Moisés, Elías o la Ley misma, o hasta un ángel del cielo, No es mayor que el Hijo de Dios. Hoy, la historia nos enseña que ya el Hijo de Dios vino al mundo. 

El vino al mundo no para ser un maestro espiritual o un terapeuta moral. Si no a morir por nuestros pecados, y llamarnos a reconciliación con el Padre (2 Corintios 5:19). Debemos arrepentirnos de nuestros pecados y perseverar en el camino. 

Pero si miramos atrás, tentados a dejar de congregarnos por cualquier motivo, por cansancio, desanimó, hasta por pecado. No es la más sabia decisión de nuestra vida. No hay lugar fuera de la reunión con sus hermanos cristianos que podamos madurar y estar bien con Dios, si así fuera el caso no existiría la iglesia. Y aunque parezca extraño, no es posible todavía ser un miembro “activo” de la iglesia habiendo renunciado voluntariamente a reunirse con sus hermanos. Si es indudablemente un hermano, pero la condición seria: un hermano apartado de la verdad (Santiago 5:19-20). 

¿Qué merecemos los que vivimos después de Cristo? Los que no tenemos excusa, los que tenemos ahora una Biblia en casa, y nos revela la voluntad de Dios (Juan 5:39). 2 Tesalonicenses 1:8-9 dice: “en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder,”

Es Razonablemente, que Dios haya preparado un lugar para los que no quieren saber de su voluntad, para los que no quieren perseverar en la verdad y se avergüenzan de su evangelio. En ese lugar es justo que la presencia de Dios tampoco este. Lo lamentable de ese lugar es que no será para diversión ni descanso, sino para tormento eterno. ¡El infierno! De modo que la muerte y la enfermedad es poca cosa.

Entonces, que es lo más razonable para nosotros. Si deseamos nuestro bien, es mejor obedecer la voz del Señor y no endurecer nuestro corazón. Soportar los desafíos que conlleve confesar a Cristo, resistir las tentaciones de esta vida y las distracciones que nos impida seguir.  Pero aun así sabremos que los que perseveran en el Señor aún con sus flaquezas “descansaran en el Señor” (Apocalipsis 14:13). Y reinaran con él en la nueva Jerusalén celestial (Apocalipsis 21). 

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